martes, 18 de junio de 2013

La Autonomía Universitaria

La semana pasada Carabineros entró a la Casa Central de la Universidad de Chile. No suelen hacerlo. En lo que va de siglo no lo habían hecho y en siglo pasado al parecer sólo lo realizaron dos veces. La primera vez fue para desalojar a un piquete de niños nazis que querían hacer un golpe de Estado, la segunda fue para reprimir una manifestación.

Siempre resulta traumático que lo hagan. Existen muchos mitos con respecto a lo que entendemos por "Autonomía Universitaria" y la sola intromisión de carabineros al interior de una casa de estudios siempre genera una avalancha de declaraciones, algunas muy republicanas, muy democráticas, muy llenas de fervoro intelectual contra la violación de la, otra vez, Autonomía Universitaria. Las declaraciones de personeros de gobierno y de carabineros han sido tan burdas que parecen conceder que el desalojo de la Casa Central es en efecto un procedimiento temible. Una violación grave a los símbolos de la República.

Quiero analizar esto desde el punto de vista cultural, luego lo elaboraremos desde lo técnico y terminaremos en lo político, si es que se me permite la taxonomía.

. La Universidad de Chile es para los chilenos un baluarte del pensamiento laico, progresista y republicano. Un centro de formación de excelencia, un nicho de lideres que nacen bajo el designio de dirigir el país hacia el progreso y la ilustración. Una vara con la que se mide la calidad, la excelencia.

Hasta ahí vamos bien. Es obvio que habría que tener muy mal criterio para entrar y golpear y reprimir y todas esas cosas que les gustan a carabineros.

La autonomía universitaria se entiende como el conjunto de derechos de la comunidad universitaria para determinar sus procesos formativos, su gestión y sus políticas internas con independencia de la tutela de elementos externos, como el Estado, los partidos políticos, gremios o corporaciones.

Históricamente, las repercusiones políticas que conlleva el ingreso de carabineros al interior de la Universidad durante una manifestación han generado una suerte de mito urbano con respecto a la extraterritorialidad de la Universidad. Como si esta, por su historia, por ser depositaria de determinados valores, fuera un Estado dentro del Estado, fuera un territorio ajeno a la barbarie de la Alameda, a la barbarie del afuera, por lo que siempre en ella encontrarán refugio quienes quieran refugiarse y siempre se podrá hacer la vista gorda ante una que otra falta a la Ley del Estado central.

(Esto tiene antecedentes históricos muy concretos, miren)

Entonces, tenemos que la semana pasada, cuando carabineros ingresó a la Casa Central de la Universidad de Chile, se estaba violando un espacio ritual, se profanó un espacio sagrado, que existe como contraposición a lo profano del mundo exterior. Esto desencadenó ( y en mi opinión está bien hacerlo, pues constituye otra parte del ritual) la respuesta de un grupo de individuos que dentro de la sociedad dicen ser los depositarios de estos valores (Desde el Rector Pérez hasta cualquier activista que haya compartido sus palabras en Facebook) que aparecieron haciendo uso público de su razón para defender dicho espacio y censurar la intromisión de la barbarie en el espacio ritual. La autonomía es el objeto ritual invocado, es el shuringa eficaz, es el conjuro que invocamos para defender nuestro sagrario.

Culturalmente esto está bien y funciona, es eficaz, es movilizador. Ahora veamos los aspectos formales.

Resulta que la ley orgánica constitucional define la autonomía universitaria en los términos acotados que expusimos primeramente. A la maquina estatal no le preocupa demasiado el violar de vez en cuando los espacios sagrados de la sociedad civil. Carabineros actuó en función de su lógica, de sus protocolos, de una ideología nacional vinculante. Vale decir, actuó en conformidad a la ley.

Para carabineros el protocolo es sencillo. Si ven que se comete un delito, detienen al delincuente. No existen dentro del Estado espacios que desafíen abiertamente el monopolio del ejercicio de la ley del Estado, y cuando intentan existir, se los anula rápidamente y con todos los medios posibles. La consigna es sencilla, sólo el Estado hará cumplir la ley, nada existirá fuera de su imperio. La universidad podrá ser muy sagrada y muy bonita y muy histórica, pero si a alguien se le ocurre romper la ley dentro de ella, se hará cumplir el protocolo, a la brevedad y sin miramientos.

Recuerdo cierta ocasión en la que debatía este mismo tema con una amiga, compañera de la Escuela de Antropología de la Universidad Austral de Chile a raíz de un caso muy similar, en el que fuerzas especiales entró al campus y ocurrió lo que siempre ocurre cuando pasan estas cosas. Ella apelaba a una suerte de inmunidad diplomática propia de la Universidad con respecto al resto de la ciudad, yo le rebatí preguntando por qué razón nuestra casa de estudios tendría que existir ajena a las mismas reglas que imperan fuera de ella.

Claramente, en este caso en particular existe un hecho social, una apreciación cultural, un fenómeno societal que entra en pugna con la lógica del Estado y que tiene un rango bastante amplio de eficacia. El respeto, la reverencia y las repercusiones políticas que conlleva el acto de profanación permiten muchas veces evitar el ingreso de carabineros a la Universidad, pero este hecho no tiene asidero en la ley o el protocolo y nada garantiza que funcione en todos los casos.

Ahora quiero hablar como activista político, como militante de la izquierda, como ex dirigente estudiantil y como estudiante y ciudadano como el que más.


Claramente, no podemos seguir pensando la Universidad como un espacio ajeno a las reglas del combate que entendemos dentro de todos los otros espacios de la sociedad. Es la Universidad un territorio, inmerso en un entramado de relaciones de poder, correlaciones de fuerza que no le son ajenas. Pensarla Autónoma es pensarla virgen y ajena a la política nacional, como una guardería, un espacio neutro. Esta idea debe ser combatida y superada en el seno del movimiento estudiantil.

La autonomía universitaria ha sido violada de antemano. La contrarreforma iniciada por la dictadura militar implicó la destrucción de los espacios de autonomía y conexión con el medio social, la erradicación del proyecto progresista y libertario del movimiento estudiantil previo a 1973 y trajo consigo la intromisión radical de los grupos de poder.

El país que diseñó la oligarquía desde 1974 entendía los procesos de acumulación capitalista íntimamente ligados con la dependencia económica del país hacia las urbes industrializadas. En contraste con el proyecto de Industrialización y la épica cepaliana, el Chile post-UP fue pensado como un exportador de materias primas. Su riqueza esta en el cobre bajo tierra, no en las personas. Las Universidades (y todo el modelo educativo) fueron rediseñadas para darle sentido a este proyecto.

La verdadera autonomía fue violada es entonces, al subyugar a las Universidades a producir profesionales y conocimientos afines a este proyecto exportador. Los derechos de las comunidades universitarias para gestionar su propio devenir histórico fueron mutilados. Los proyectos de democratización posteriores, incluso los que actualmente se viven al interior de las diferentes casas de estudio son, en este sentido, elegantes maniobras de labor terapia, que si bien constituyen experiencias fecundas al reivindicar el rol de la comunidad universitaria, chocan inmediatamente con el proyecto nacional de desarrollo que día a día expresa más síntomas graves de decadencia.

La verdadera autonomía sólo se logrará (paradójicamente) con una Reforma Universitaria que transforme el actual proyecto nacional de educación y esta Reforma sólo tendrá sentido si, como sociedad civil, logramos cristalizar un proceso de transformación al actual Modelo Nacional de Desarrollo. Esto implica transformar el rol del Estado en la economía y la participación de la ciudadanía en el devenir de la discusión política.

A modo de conclusión:

Mientras tanto ( y junto a, puesto lo último lo debemos construir, día a día, entre todos, desde ayer hasta mañana y pasando por las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias) urge el fortalecimiento de las comunidades universitarias, hacer más estrecho y vinculante el diálogo entre los estamentos. Los estudiantes necesitamos orgánicas representativas más fuertes, con más facultades políticas y de gestión. Necesitamos Federaciones más federativas, en las que el demos universitario se vea representado en toda su amplitud y diversidad, y donde el estudiante tenga un espacio de encuentro, de diálogo y de lucha para impulsar las transformaciones que nuestros pueblos necesitan.

Es deber de todos construir estas nuevas comunidades universitarias, con respeto por la memoria y los proyectos fundacionales de dichas casas de estudio, con diálogo permanente con el mundo social, con planes de lucha definidos y fecundos. Claramente la tarea es grande, pero la nueva sociedad no emergerá ajena a dicho proceso y es necesario asumir la responsabilidad histórica de ser universitarios en el presente momento político.

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